Para llegar a la isla griega de Anticitera, hay que tomar un avión desde Atenas a Creta (unas dos horas de trayecto) o bien un ferry a que puede demorar unas diez horas. Un nuevo recorrido en ferry de dos horas nos llevará a esta isla que en los últimos días se ha puesto de moda. Un viaje premonitoriamente farragoso, si atendemos al nombre de su capital, Potamos.
Pero una vez allí, parece que nos encontraremos con un lugar paradisiaco, ya que la rodean increíbles aguas cristalinas y acantilados que ofrecen un entorno espectacular. Tan solo tiene veinte kilómetros cuadrados y veinticuatro residentes permanentes. Por esta razón, han impulsado una curiosa iniciativa para estimular a quienes deseen trasladar allí su residencia y contribuir a reactivar su economía. Se ofrece casa gratis, tierras y una ayuda mensual de quinientos euros durante los tres primeros años para quienes allí decidan mudarse.
“Necesitamos familias jóvenes, lo suficientemente grandes como para que Anticitera continúe viva y llena de voces de niños”, proclama su alcalde Andreas Charchalakis. La recompensa cunde (diría mi hijo): “relajación ilimitada”.
La idea no es pionera, sino que es una copia de otras muchas iniciativas que también se han desarrollado en Italia para luchar contra la despoblación, realidad a la que no es ajena a España y muy particularmente a Galicia.
El pasado 31 de marzo, la “España vacia”, una plataforma que aúna a unas ochenta organizaciones y colectivos se manifestaba en Madrid denunciando la desidia política que ha vaciado buena parte del interior del país. La presencia gallega en dicha plataforma es testimonial, ya que apenas cuenta con dos colectivos arraigados en Galicia, como son los centros de desarrollo rural de O Viso, en A Limia, y el de Portas Abertas de Vilardevós, también en Ourense; todo ello, a pesar de que en 575 de sus parroquias apenas viven diez o menos vecinos por kilómetro cuadrado, si se toma el indicador que utilizan los geógrafos para hablar de «desierto». Un verdadero drama ante el que todos nos preguntamos qué hacer, sin que de momento, haya grandes respuestas por parte de los poderes públicos.
Iniciativas como la griega o pensar en incentivos fiscales claramente favorecedores a la causa parecen todavía demasiado lejanas.